4 de septiembre de 2013

Robert Levine: los parásitos de la cultura y la añoranza del disco compacto



El libro Parásitos, de Robert Levine, ha sido una lectura muy inspiradora durante el verano. Básicamente, porque hay muy pocas cosas en las que estemos de acuerdo. Coincidimos, con matices, en que la vieja aristocracia de la industria de contenidos está cambiando. Donde antes los gigantes se llamaban NBC, The New York Times, Penguin, Sony, ahora se llaman YouTube, Google, Amazon y Spotify. Levine cree que estos nuevos gigantes son malvados, unos oportunistas que se aprovechan del trabajo intelectual de otros. Yo también tengo mis dudas sobre su bondad, pero mis razones son diferentes.

 Es posible que las ideas de Levine me den para discutir más de un tema. De momento, voy a empezar por su análisis de la situación de la industria musical.



Muchos autores han defendido que el problema de la gran industria de la música tras la aparición de internet tuvo más que ver con la estrategia de defender un modelo obsoleto pero muy rentable que con su incapacidad para adaptarse (Knopper 2009, Lasica 2006, Anderson 2007). Una de las rémoras de ese viejo modelo fue la defensa a ultranza del disco, de la colección de canciones, como unidad de consumo frente a la tendencia a consumir canciones sueltas. “Aunque las ventas de canciones en I-tunes a 99 centavos (de dólar) crece, no se acercan a compensar la correspondiente disminución en las ventas de CDs” (p.77). A partir de esta evidencia, Levine viene a sugerir que un mundo discográfico mejor ordenado, en el que la propiedad intelectual se respetase realmente, nos haría volver al álbum frente al imperio del single que Internet ha traído.



Así, recuerda que al manager de Metallica (que, recordemos, fueron la punta de lanza de la industria frente a Napster a costa de un notable enfrentamiento con sus fans, que su publicista considera “desafortunado” (Knopper, 2009, 134) le pareció una buena idea lo de I-tunes  hasta que se dio cuenta de que ahora vende singles “cuando debería vender álbumes” (p.78) Y celebra la política de Kid Rock  al promocionar su single All summer long, que no se vendió como tal, sino solo como parte de un disco completo. Los fans que querían tener la canción que sonaba en la radio no podían hacerse con ella de forma aislada. “Unos decidieron piratear el single, pero otros compraron el disco entero” (p.79)



¿Es realmente un problema la sustitución del álbum por el single en la era digital?  Algunas bandas clásicas, como Pink Floyd, han defendido con uñas y dientes, incluso a nivel legal, que sus discos se traten como una unidad.   Hay que recordar que el álbum nace con la contracultura , cuando crece la aspiración de los músicos de rock de ser considerados artistas, lo que implica el virtuosismo instrumental y abordar temas y narrativas sofisticadas. El Sgt Pepper de los Beatles, The Village Preservation de los Kinks, el Tommy de los Who, Pink Floyd, Yes y todo el rock sinfónico son sin duda artistas de álbumes. Y del mismo modo lo son ACDC y Def Leppard, citados por Levine (p.75)



Pero esta es una cuestión creativa y que se relaciona con el derecho del autor a empaquetar su obra como le venga en gana, apelando a su derecho moral (Art. 14.4 LPI) de exigir el respeto a la integridad e impedir cualquier deformación o modificación (lo que me plantea una duda legal bizantina: si me salto una canción mientras eschucho The Wall, ¿estoy infringiendo algún  derecho del autor del álbum?).



Ahora bien, el argumento de que "las compañías de medios siempre han confiado en la agrupación para vender los productos a un precio que pueda cubrir sus costes fijos" (p.75) es de otra naturaleza. Tiene que ver con la cuestión del valor y el precio. Si el artista piensa en términos de álbum, como hacen la mayoría (ver Fouce 2011), es una cosa. Pero ¿qué pasa con las Britney Spears, Taylor Swifts, Riannas, Shakira etc..? ¿Cuánta gente ha escuchado un disco de ellas del principio al final? ¿Qué porcentaje suponen frente a los que han escuchado su obra de forma fragmentaria? ¿Cuántas de sus canciones han sonado realmente, han sido tarareadas, escuchadas y recordadas? En el caso de los discos más exitosos, puede que tres, los tres singles que se empaquetan como tales. Vender discos de 12 canciones cuando en realidad solo 3 merecen la pena es una maravillosa forma de tangar al comprador, del mismo modo que lo es vender a un anciano un móvil que se conecta a Internet, tiene mil canciones  gratis y permite chatear con 19 amigos en tiempo real. El precio del producto se incrementa gracias a unas prestaciones que el usuario no precisa, de modo que paga de más cuando por la mitad podría tener un producto realmente ajustado a sus necesidades, igualando valor y precio.



Por otra parte, hay una componente generacional importante. Los grupos de álbumes que hemos citado no son precisamente emergentes. Posiblemente eso influya en el perfil de sus compradores. Habría que investigar más. Pero mis investigaciones con oyentes (Fouce 2009), que necesitan ser puestas al día, me dicen que las generaciones más jóvenes han adoptado el single como unidad de consumo. Y no parece que eso vaya a tener vuelta atrás. Quizás sea posible que una parte de los compradores de CDs perdidos a causa del éxito del P2P se recuperen si pueden comprar canciones a un precio módico en internet. Pero la desaparición de las tiendas de discos y las nuevas formas de consumo y relación social (no olvidemos que la música se comparte más que nunca)  hacen bien difícil la vuelta del disco a nivel masivo.



Como oyente, aprecio mucho el álbum. Tengo un buen montón de LPs en vinilo y disfruto enormemente de su escucha. Pero tengo también extensas listas de reproducción guardadas, CDs con cientos de MP3 grabados  con listas de canciones de grupos y artistas de los que no sé si han hecho más que la canción que me interesaba. Eso responde a una lógica de la escucha y del consumo. El álbum responde a otra. Ninguna de las dos es excluyente. 



Soñar con que la industria volverá a ser resplandeciente y a vender discos de 15 canciones consciente de que solo dos merecen la pena, inflando el precio del soporte (Negativland 2008) y con fantásticos márgenes de beneficio (Knopper 2009)  parece tan utópico como acabar con el capitalismo a base de piratear discos de Metallica.

REFERENCIAS
Anderson, Chris (2007) La economía long tail. De los mercados de masas al triunfo de lo minoritario. Barcelona. Urano


Fouce, Héctor: (2009) Culturas emergentes y nuevas tecnologías en España. Prácticas emergentes en la música digital. Madrid: Fundación Alternativas

____________ (2011) “Experiencias memorables en la era de la música instantánea”. Análisi Monogràfic Audiovisual 2.0 http://www.analisi.cat/ojs/index.php/analisi/article/view/m2012-fouce

Knopper, Steve (2009) Appetite for self-destruction. The spectacular crash of the record industry in the digital age. London. Simons & Schuster

Lasica, (2006) Darknet. La guerra de las multinacionales contra la generación digital y el futuro de los medios audiovisuales. Madrid. Nowtilus

Levine, Robert (2013) Parásitos. Como los oportunistas digitales están acabando con el negocio de la cultura. Barcelona. Ariel

Negativland (2008). “Shinny, aluminum, plastic and digital” www.negativland.com/news/?page_id=24.