18 de noviembre de 2013

Piratas y monopolistas



Dos de los mejores trabajos sobre el cambio cultural y de negocio que ha supuesto internet en las industrias culturales son Darknet, de George Lasica (2006) y Appetite for self-destruction, de Knopper (2009). Ambos trabajos se construyen sobre todo a partir de docenas de entrevistas con los altos cargos de las compañías, viejas y nuevas, que mueven los hilos de la cultura y de la red. La mayoría de los entrevistados mantienen un doble discurso: asumen que los viejos tiempos se han acabado, pero no pueden hacerlo públicamente porque sería como reconocer su incompetencia y su falta de ideas. Han hecho tanto dinero en el modelo clásico que simplemente aspiran a seguir haciendo caja el máximo tiempo posible hasta que ya no quede nada y llegue el momento de irse a casa.

Los dos libros se me vinieron a la cabeza nada más ocupar mi asiento en el Centro de Arte Reina Sofía para asistir al Foro de Industrias Culturales 2013. Ya en la apertura empezaron a sonar las cornetas del apocalipsis: el director de la Fundación Santillana afirmaba que el 85% de los libros que circulan en la red son piratas. Una vez más, mucha queja y poca acción. Ninguna reflexión sobre cómo es posible que, después de 10 años de debacles en la industria de la música, después de la irrupción radical de las tablets y del libro electrónico, la industria del libro aún no tenga un modelo de negocio que incluya un buen catálogo digital y precios competitivos. Como explicó esa misma mañana Javier Celaya, de DosDoce (@javiercelaya), sólo el 46% del fondo editorial está digitalizado, frente al 98% en EEUU. Los números cantan, pero los culpable son siempre otros.

Esta falta de crítica hacia dentro caracterizó buena parte de las intervenciones del foro, en contraste con la insistencia en las nuevas oportunidades de negocio loadas por los recién llegados, como Núbico. Parece que nuestra industria cultural corporativa, los Santillana, Planeta, Warner, ADEPI… ha encontrado un nuevo antagonista a la hora de construir su discurso victimista. El enemigo ya no es el chaval cuyo ordenador echa humo mientras descarga millones de canciones desde un P2P; posiblemente, se ha optado por darlos por perdidos para la causa, por asumir que toda una generación ya no volverá a pagar por los contenidos digitales. Ahora se trata de impedir que la nueva generación no siga esos pasos, y para ello es necesario cortar sus herramientas piratas: el peligro se llama Google, Amazon, Apple…  Resulta alucinante escuchar a los gigantes corporativos quejándose de como estas empresas abusan de sus posiciones dominantes y llevan a cabo prácticas monopolísticas, como someten sus impuestos a ingeniería evasiva transnacional y no tienen apenas compromiso con los entornos sociales. No apoyan la investigación, no dan becas de formación…. 


El elemento más ausente de toda la jornada fue, curiosamente, el más importante. No había autores entre los ponentes y se habló bien poco de esta figura. Pero, como señalo Antonio Ramírez, director de la librería La Central, la precarización del sector cultural es la otra cara de la moneda del éxito de las empresas digitales. No es lo mismo comprar un libro en La Central, en la FNAC o en Amazon. ¿Cuántas personas que sepan de libros trabajan en Amazon? Al bajar radicalmente los precios de los productos culturales, quien se llevaba la parte más pequeña (el autor) ve como su ganancia no hace más que mermar, a pesar de que el esfuerzo para escribir un libro o componer una canción no han variado radicalmente en la era digital: siguen requiriendo de horas de aprendizaje, de pruebas, de esfuerzo y de al menos un tanto por ciento de talento.

Es cierto que la batalla digital parece haber transformado las perspectivas de los actores en acción. ¿Es aún Google un puñado de chicos buenos? Monsterrat Domínguez lo planteó crudamente: es posible ganar la batalla de la opinión pública, desde las empresas culturales o desde las instituciones europeas, cuando el adversario es tan simpático como Google? Una empresa que ofrece soluciones constantes, que anticipa los problemas, que crea productos que funcionan bien. Ahora sabemos que no son unos angelitos, que nos espían mano a mano con los gobiernos, pero eso no hace más simpáticos a la PRISA del endiosado Cebrián o a la Santillana que nos cobra 25 euros por un libro de texto infantil que el colegio nos obliga a comprar.

Durante años pensamos que internet era una arcadia, un jardín de las delicias sin maldad. Ahora sabemos que es, simplemente, una jungla llena de trampas.  Los ciberfetichistas y los chicos de Lehman Brothers juegan en el mismo bando: en uno que rehúye todo ordenamiento, basado en una economía heredera de las prácticas de depredación y huida de las viejas sociedades de cazadores y recolectores, como señaló Daniel Innerarity. Estos depredadores piensan rápido y se mueven con agilidad, mientras que nuestros mecanismos sociales son lentos. Necesitamos organizarnos mejor como sociedad para evitar que sus crisis sistémicas y sus prácticas predadoras golpeen constantemente lo social, es decir, a todos nosotros. Porque como señaló César Rendueles (@crendueles), los piratas ya están al mando: son los que se han hecho con la sanidad pública, los que pujan por hacerse con la educación, los que quieren quedarse con la cultura y la vida pública para lucrarse mientras nos expropian lo que es de todos.

REFERENCIAS

LASICA, J.D. (2006) Darknet. La guerra de las multinacionales contra la generación digital y el futuro de los medios audiovisuales. Madrid. Nowtilus.

KNOPPER, S (2009) Apettite for self-destruction. The spectacular crash of the record industry in the digital age. New York. Simon and Schuster

1 comentario:

  1. ¿por qué esa falta de operatividad a la hora de buscar alternativas para algo que se veía venir desde hacía tiempo? quizá no se pudiera calcular la magnitud pero hombre, esa negación a la evolución ... sigo teniendo la impresión de que, sobre todo en el negocio musical, cuando hubo que decidir qué hacer para prolongar la vida de la gallina de los huevos de oro, la gran mayoría prefirieron matarla y hacer un caldo en el momento en vez de pensar en perpetuar la especie.

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