El
libro Parásitos, de Robert Levine, ha
sido una lectura muy inspiradora durante el verano. Básicamente, porque hay muy
pocas cosas en las que estemos de acuerdo. Coincidimos, con matices, en que la
vieja aristocracia de la industria de contenidos está cambiando. Donde antes
los gigantes se llamaban NBC, The New York Times, Penguin, Sony, ahora se
llaman YouTube, Google, Amazon y Spotify. Levine cree que estos nuevos gigantes
son malvados, unos oportunistas que se aprovechan del trabajo intelectual de
otros. Yo también tengo mis dudas sobre su bondad, pero mis razones son
diferentes.
Es posible
que las ideas de Levine me den para discutir más de un tema. De momento, voy a
empezar por su análisis de la situación de la industria musical.
Muchos
autores han defendido que el problema de la gran industria de la música tras la
aparición de internet tuvo más que ver con la estrategia de defender un modelo
obsoleto pero muy rentable que con su incapacidad para adaptarse (Knopper 2009,
Lasica 2006, Anderson 2007). Una de las rémoras de ese viejo modelo fue la
defensa a ultranza del disco, de la colección de canciones, como unidad de
consumo frente a la tendencia a consumir canciones sueltas. “Aunque las ventas
de canciones en I-tunes a 99 centavos (de dólar) crece, no se acercan a compensar
la correspondiente disminución en las ventas de CDs” (p.77). A partir de esta
evidencia, Levine viene a sugerir que un mundo discográfico mejor ordenado, en
el que la propiedad intelectual se respetase realmente, nos haría volver al álbum
frente al imperio del single que Internet ha traído.
Así,
recuerda que al manager de Metallica (que, recordemos, fueron la punta de lanza
de la industria frente a Napster a costa de un notable enfrentamiento con sus
fans, que su publicista considera “desafortunado” (Knopper, 2009, 134) le pareció
una buena idea lo de I-tunes hasta que
se dio cuenta de que ahora vende singles “cuando debería vender álbumes” (p.78)
Y celebra la política de Kid Rock al
promocionar su single All summer long, que
no se vendió como tal, sino solo como parte de un disco completo. Los fans que
querían tener la canción que sonaba en la radio no podían hacerse con ella de
forma aislada. “Unos decidieron piratear el single, pero otros compraron el
disco entero” (p.79)
¿Es
realmente un problema la sustitución del álbum por el single en la era
digital? Algunas bandas clásicas, como
Pink Floyd, han defendido con uñas y dientes, incluso a nivel legal, que sus discos
se traten como una unidad.
Hay que recordar que el álbum
nace con la contracultura , cuando crece la aspiración de los músicos de rock
de ser considerados artistas, lo que implica el virtuosismo instrumental y abordar
temas y narrativas sofisticadas. El Sgt
Pepper de los Beatles, The Village
Preservation de los Kinks, el Tommy
de los Who, Pink Floyd, Yes y todo el rock sinfónico son sin duda artistas de álbumes.
Y del mismo modo lo son ACDC y Def Leppard, citados por Levine (p.75)
Pero
esta es una cuestión creativa y que se relaciona con el derecho del autor a
empaquetar su obra como le venga en gana, apelando a su derecho moral (Art.
14.4 LPI) de exigir el respeto a la integridad e impedir cualquier deformación
o modificación (lo que me plantea una duda legal bizantina: si me salto una
canción mientras eschucho The Wall,
¿estoy infringiendo algún derecho del
autor del álbum?).
Ahora
bien, el argumento de que "las compañías de medios siempre han confiado en
la agrupación para vender los productos a un precio que pueda cubrir sus costes
fijos" (p.75) es de otra naturaleza. Tiene que ver con la cuestión del
valor y el precio. Si el artista piensa en términos de álbum, como hacen la mayoría
(ver Fouce 2011), es una cosa. Pero ¿qué pasa con las Britney Spears, Taylor
Swifts, Riannas, Shakira etc..? ¿Cuánta gente ha escuchado un disco de ellas
del principio al final? ¿Qué porcentaje suponen frente a los que han escuchado
su obra de forma fragmentaria? ¿Cuántas de sus canciones han sonado realmente,
han sido tarareadas, escuchadas y recordadas? En el caso de los discos más
exitosos, puede que tres, los tres singles que se empaquetan como tales. Vender
discos de 12 canciones cuando en realidad solo 3 merecen la pena es una
maravillosa forma de tangar al comprador, del mismo modo que lo es vender a un
anciano un móvil que se conecta a Internet, tiene mil canciones gratis y permite chatear con 19 amigos en
tiempo real. El precio del producto se incrementa gracias a unas prestaciones
que el usuario no precisa, de modo que paga de más cuando por la mitad podría
tener un producto realmente ajustado a sus necesidades, igualando valor y precio.
Por
otra parte, hay una componente generacional importante. Los grupos de álbumes
que hemos citado no son precisamente emergentes. Posiblemente eso influya en el
perfil de sus compradores. Habría que investigar más. Pero mis investigaciones
con oyentes (Fouce 2009), que necesitan ser puestas al día, me dicen que las
generaciones más jóvenes han adoptado el single como unidad de consumo. Y no
parece que eso vaya a tener vuelta atrás. Quizás sea posible que una parte de
los compradores de CDs perdidos a causa del éxito del P2P se recuperen si
pueden comprar canciones a un precio módico en internet. Pero la desaparición
de las tiendas de discos y las nuevas formas de consumo y relación social (no
olvidemos que la música se comparte más que nunca) hacen bien difícil la vuelta del disco a
nivel masivo.
Como
oyente, aprecio mucho el álbum. Tengo un buen montón de LPs en vinilo y
disfruto enormemente de su escucha. Pero tengo también extensas listas de
reproducción guardadas, CDs con cientos de MP3 grabados con listas de canciones de grupos y artistas
de los que no sé si han hecho más que la canción que me interesaba. Eso
responde a una lógica de la escucha y del consumo. El álbum responde a otra.
Ninguna de las dos es excluyente.
Soñar
con que la industria volverá a ser resplandeciente y a vender discos de 15
canciones consciente de que solo dos merecen la pena, inflando el precio del
soporte (Negativland 2008) y con fantásticos márgenes de beneficio (Knopper
2009) parece tan utópico como acabar con
el capitalismo a base de piratear discos de Metallica.
REFERENCIAS
Anderson, Chris (2007) La economía long tail. De los mercados de masas al triunfo de lo
minoritario. Barcelona. Urano
Fouce, Héctor: (2009) Culturas
emergentes y nuevas tecnologías en España. Prácticas emergentes en la música
digital. Madrid: Fundación Alternativas
____________ (2011)
“Experiencias memorables en la era de la música instantánea”. Análisi Monogràfic Audiovisual 2.0 http://www.analisi.cat/ojs/index.php/analisi/article/view/m2012-fouce
Knopper,
Steve (2009) Appetite for
self-destruction. The spectacular crash of the record industry in the digital
age. London. Simons & Schuster
Lasica, (2006) Darknet. La guerra de las multinacionales
contra la generación digital y el futuro de los medios audiovisuales.
Madrid. Nowtilus
Levine, Robert (2013) Parásitos. Como los oportunistas digitales están acabando con el
negocio de la cultura. Barcelona. Ariel
Negativland
(2008). “Shinny, aluminum, plastic and digital” www.negativland.com/news/?page_id=24.